Probablemente sea solo mi percepción. Pero al menos desde mi punto de vista, cuando uno piensa en Final Fantasy, lo primero que uno recuerda es el VII y sus personajes. Bueno, pues siendo esta uno de los juegos mas famosos de la franquicia es que Mauro escribió dos fan fics.
El primero titulado La joven cetra, es una especie de precuela de uno de los personajes mas famosos e entrañables de FFVII, Aerith, aunque no desde el punto de vista de esta, si no de alguien que la conoció y fue cercana. El segundo se titula Una visita inesperada, este ya es en pleno juego y tiene que ver con uno de esos NPC (Not Playable Character), en este caso el señor Holzoff, justo antes de que este conociera a los personajes que pretenderían subir el acantilado Gaea. Pues a ver que les parece.
La joven cetra.
Siempre supe lo especial y única que ella era.
Desde el primer momento en que la vi.
Tenía esa aura, como una mística cálida y agradable que la envolvía constantemente, sus ojos verde esmeralda destellaban con ese brillo que denotaba confianza, jovialidad y encanto.
Jamás dejaba de sonreír amablemente, no importaba en qué situación se encontrara.
Creo que nadie que la conociera realmente podría llegar a odiarla.
Fue hace ya casi 15 años, cuando la encontré en aquella lluviosa y fría tarde de invierno, el crepúsculo se cernía sobre la ciudad y casi todas las personas se encontraban en sus casas, sumidos en la calidez acogedora de sus familias y hogares.
Yo no, yo me encontraba sola.
Era la única persona que permanecía en esa derruida y desértica estación de tren, esperando a mi marido, el cual se había marchado a la guerra hace años y hasta ese momento aún no había regresado.
Lo esperaba allí, todos los días.
Nunca faltaba, me quedaba en el andén hasta la llegada del último tren, pero él nunca regresaba, y sin embargo ese día sería testigo de un episodio que cambiaría mi vida para siempre.
Recuerdo que oí un sonido seco y fuerte, como si una persona se desplomara sobre el húmedo suelo.
Y en efecto, alguien se había desmayado luego de bajar del tren, cerca de las escaleras, una muchacha.
Una niña permanecía a su lado, con los ojos lagrimeantes, estaba triste e inquieta, intentaba ayudarla a levantarse, pero era en vano.
Me acerqué para socorrerlas y al ver la cara de esa joven, comprendí el grave estado en el que se encontraba.
Esa mujer, cuyo nombre era Ifalna, me confesó con su último aliento que aquella niña era su hija, y que hiciera todo lo posible por cuidarla de ahora en adelante, puesto que había personas que la perseguían por una extraña condición que ambas poseían.
Cerró sus ojos y el silencio cubrió todo su ser.
Tomé de la mano a la pequeña y antes de llevarla a mi casa traté de animarla y limpiarle sus lágrimas, pero la pobre no dejaba de sollozar.
Tanto era su sufrimiento que decidí abrazarla, diciéndole unas palabras para menguar su llanto.
«Tranquila, no te preocupes.
Ahora estás conmigo, yo te cuidaré… Te lo prometo.
Tienes que ser fuerte. »
Así le sonreí y la llevé a mi casa.
Yo nunca había tenido hijos, así que la eduqué y le di mi cariño de madre como si realmente fuera mía, sin embargo de a poco, a medida que los años pasaban, fui dándome cuenta de que ella no era igual a los demás.
De hecho podría decir que era la portadora de una prosapia, tal vez, superior a cualquiera que caminara sobre estas tierras.
Un episodio en concreto ayudó a que llegara a esa conclusión.
Ella apenas tenía 7 años, y una tarde en la que yo me hallaba en la sala bajó de su habitación con un semblante sumamente serio y de preocupación.
La observé detenidamente, tratando de averiguar qué le ocurría, hasta que luego de unos minutos de permanecer en silencio ella levantó lentamente la mirada para hablarme, su voz era suave y serena, semejante a la brisa que sopla en primavera.
«Por favor madre, no llores ni te pongas triste, pero he de confesarte algo muy importante.
Hace sólo unos momentos, una persona a la que tú apreciabas y amabas ha fallecido.
Ahora se encuentra en un lugar distante, ha vuelto a sus orígenes…
Tienes que ser fuerte.»
Entonces me tomó la mano en un acto de consuelo y contención, tal cual yo lo había hecho cuando la encontré, pero no tenía idea de lo que hablaba.
Una semana después recibí una carta del ejército, en ella se me comunicaba la terrible e inesperada noticia de que mi marido había muerto en combate.
Llorando, con la misiva en mi mano y echada sobre la mesa entendí que de eso me había prevenido mi hija, porque la fecha de la defunción de mi esposo era exactamente el mismo que aquél día en que ella me había hecho tal confesión.
Mi teoría se acentuaría más aún y recobraría total veracidad cuando meses después ese hombre extraño de traje azul y abundante cabellera azabache viniera a mi casa a pedirme permiso para llevarse a mi hija, para hacerla objeto de varios estudios e investigaciones científicas a causa de su ya evidente condición distintiva.
Está demás decir que jamás acepté ni aceptaría tal petición.
La conocía mejor que nadie, la amaba y ella me amaba a mí, nunca dejaría que nada malo le pasara.
Además ella estaba enterada de que yo sospechaba sobre sus cualidades tan particulares, pero nunca le dije nada, ni ella tampoco, éramos felices así.
Ha transcurrido mucho tiempo desde la última vez que la vi.
Ahora que la recuerdo…
Ahora que sé que nunca más podré volver a escuchar su voz, ni abrazarla o acariciar su pelo… mi pecho se inunda de amargura, dolor y desconsuelo.
Pero le doy las gracias por todo el afecto que me ha dado, por su respeto incondicional y por haber sido mi hija, amiga y confidente.
No pasa un día en el que no la recuerde, y estoy sumamente segura que desde el más allá ella me cuida y también me espera.
Porque así siempre fue ella.
Así es como conocí a Aerith…
Una visita inesperada.
Acababa de despertar y sentía un dolor de cabeza descomunal, la migraña no cedía.
Había dormido justamente por eso, esperaba que se me pasara de esta manera, pero fue en vano.
Levanté mi frente como pude y observé la oscuridad, salvo por una leve luminosidad que provenía de una habitación contigua, me hallaba totalmente a oscuras.
Tomé los cobertores que cubrían mi cuerpo y los hice a un lado, lentamente.
Demonios, cómo lamentaba la situación en la que me encontraba.
Con mi tacto pude sentir las tibias telas de piel deslizándose entre mis dedos, mi lecho aún conservaba ese vestigio agradable del calor que producía mi cuerpo en descanso.
Traté de quedarme quieto, esperando a que el dolor decreciera tan solo un poco, pero no, seguía allí y para peor era cada vez más fuerte.
Bordeé el lateral de la cama para levantarme.
Mis pies, al apoyarse sobre el suelo, sintieron la madera tersa y fría que se extendía por toda la cabaña, al igual que en las paredes y el techo.
Calcé unas botas y como pude me puse de pie, a continuación caminé unos pasos para dirigirme a la cocina.
Para un hombre como yo y de mi edad, es comprensible que de vez en cuando sufra este tipo de dolencias, podía soportarlas y hasta las creía naturales, pero esta vez no podía dejar de pensar que esto era demasiado, dos días continuos padeciendo esta molestia deleznable.
A lo lejos sentía un eco que provenía de afuera, de seguro la tormenta arreciaba muy fuerte, en base a eso calculé que al menos he dormido tan solo una hora o dos como mucho, lo que me desilusionaba bastante teniendo en cuenta que esperaba recuperar el tiempo que pasé despierto en mi estado de insomnio la noche anterior.
Suspirando, llegué hasta la mesa que estaba ubicada cerca de la chimenea, el fuego crepitaba y danzaba con ese ritmo ígneo e hiperactivo.
Sentí unos ligeros mareos, por lo que tuve que sostenerme sobre la silla unos minutos.
Más tarde llegué hasta donde se encontraba unos recipientes y un mortero, junté unas hierbas y las introduje en un bol para aplastarlas y preparar un poco de medicina, encendí un pequeño rejunte de carbón y puse a calentar el agua, tal vez otra infusión como esta ayudaría a paliar este impiadoso malestar.
Solo se necesitaban unos minutos para que la preparación estuviera lista, minutos que se me hacían eternos.
El agua finalmente hirvió, me serví un poco del líquido medicinal en una taza y mientras la bebía subí las escaleras hasta la ventana.
El vapor de la bebida caliente se entremezclaba con el vaho que yo lanzaba por mi boca.
A cada sorbo me encantaba sentir ese calor agradable que se abría paso por mi garganta e invadía mi pecho, me resultaba llamativo cómo es que algo tan simple pudiera causar tanta satisfacción.
Miré a través de la ventana la fuerte cellisca que abatía la cabaña, dando potentes embates una y otra vez.
Siempre el clima era así.
Desde que me instalé en este desolado lugar nada ha cambiado.
A veces me pregunto si yo mismo no he cambiado, si me he quedado varado en el tiempo, al igual que en este sitio.
Vivir como un ermitaño en medio de la nada parecía ser mi condena a causa de mi impulsividad y vehemencia descontrolada.
Estoy atrapado en este lugar desde hace eones.
En ocasiones pienso si realmente es así o lo que me impide volver a mi verdadero hogar es el miedo de darme cuenta que inconscientemente deseo estar aquí… completamente solo.
La mente humana es tan compleja, insondable y contradictoria…
Pese a todo, sé perfectamente que el único culpable de que me encuentre en esta situación soy yo mismo, tuve un sueño y no me importó el intentar cumplirlo, incluso si para eso debiera dejar a mi familia y marcharme.
Un costo muy grande… y más si tenemos en cuenta que he fracasado.
Nunca he logrado llegar a la cima de esta montaña, nadie ha podido.
Durante mucho tiempo mi labor ha sido quedarme observando las tormentas de nieve que cíclica y continuamente azotan el lugar, como el espectador de un rito lejano y secular.
Tal vez mi destino sea este, permanecer aquí, para siempre… y no saber exactamente por qué.
Estaba sumido en mis cavilaciones cuando inesperadamente oigo el retumbar de la puerta, alguien golpea.
Me olvido de todo.
Del dolor que sistemáticamente se transformada en un alivio, de la taza caliente que se sostenía entre mis frías manos y de lo que estaba pensando.
Solo atino a bajar las escaleras e ir a paso ligero hasta la puerta para abrirla, casi es un impulso mecánico.
Me quedo casi estupefacto.
En el umbral, un grupo de personas permanece de pie frente a mí.
«¿Nos permite pasar?»
Pregunta uno de ellos, con una voz áspera y levemente entrecortada.
No digo nada, como única respuesta solo decido abrir más la puerta y hacerme a un lado.
De pronto y para afianzar aún más mi sorpresa, delante de mí se lleva a cabo un desfile de personajes bastante singulares.
Dos muchachas, cuatro hombres y dos extrañas criaturas conforman este grupo asaz pintoresco.
Al cabo de unas horas de descanso, les pregunto cuál es el motivo por el que han venido hasta aquí.
«Hemos venido para escalar el acantilado de Gaea, debemos llegar a la cima cuanto antes…»
Quien me responde es un hombre de cabello rubio, noto que está ligeramente acongojado, al igual que los demás. Luego de un silencio incómodo, me aclara algo más.
«Buscamos a una persona, un hombre, vamos tras él para detenerlo, no puedo decirle el motivo, pero agradecemos la ayuda que nos pueda facilitar»
Le respondo que muchos, incluyéndome, han intentado llevar a cabo tal empresa sin tener el éxito, que es casi imposible.
Trato de advertirles que sería mejor que vuelvan sobre sus pasos, que no deberían arriesgarse puesto que ponían en juego su vida, pero se niegan.
Al parecer no me harán caso, y hasta se muestran dispuestos a seguir su camino en breve.
Incluso bajo el riesgo de morir de frío quieren continuar con su viaje.
Les pido que permanezcan en la sala, voy hasta la cocina a preparar algunos suministros, me presento ante ellos y se los entrego.
Se despiden de mí y nuevamente me quedo en soledad.
Vuelvo a mirar a través de la ventana, y sonrío levemente.
Les he dado casi todo cuanto tenía disponible y de seguro me costará mucho esfuerzo reponerlo, pero ya no me importa.
He sentido que debía hacerlo y de nuevo no sé por qué.
Tal vez en serio deban detener a esa persona.
Tal vez el que lleguen a ese lugar sea su destino.
Tal vez el que les haya prestado esa ayuda, era el mío…